Los Lunes del señor Domingo.

Los Lunes del Señor Domingo.

El Señor Domingo odiaba los lunes. ¿Por qué tenían que existir los lunes? ¿Por qué los lunes no podían ser viernes? ¿Quién fue el depravado que inventó los lunes? Una mente maléfica y sin escrúpulos que no tenía que levantarse a trabajar, con los ojos entumecidos por el infernal grito del despertador. Por que ese maldito trasto endemoniado, no sonaba igual los martes que los lunes. No, los lunes el la maquina de crear taquicardias, parecía que se regocijaba  con el sonido de su propia voz. El Señor Domingo escribía todos los lunes sin falta, a las más altas instituciones con brillantes disertaciones sobre las múltiples ventajas que tendría el país, si  erradicaran los lunes del calendario. Tras analizar todas las posibles permutaciones, llegó a la conclusión de que los únicos días que podían aparecer en el almanaque; serían los viernes, sábados, domingo y miércoles.
Los martes tendrían que desaparecer, por que si no había lunes, éstos cumplirían su nefasta función. Los miércoles siempre que fueran festivos, podían quedarse. Los jueves quedaban descartados, ya que suplirían la función de los martes y por lo tanto, de los lunes. Los viernes, obviamente debían de constar y que fueran laborables ya que si no se ponía en peligro la economía del país y él, desde luego, no era en ningún caso un antisistema. Además levantarse sabiendo que mañana es sábado provoca un placer orgásmico.

Pero nada, todos los lunes del anterior lunes, recibía un riguroso silencio administrativo, que  hundía al pobre señor Domingo, aún más en su frustración.

Desilusionado e incomprendido por las instituciones, decidió emprender una campaña con sus propios medios. Fue a una imprenta para que le hicieran un calendario con su revolucionario concepto temporal, pero  tampoco consiguió su objetivo, las imprentas, ya tenían la tipografía con todos los días de la semana y si acortaban días perdían dinero. Lo que sí podían hacer por el Señor Domingo era un fantástico calendario con bellas mujeres en ropa interior con los colores que el eligiera.
– ¡Yo no soy ningún depravado!- contestó indignado el Señor Domingo.
– Bueno, quizás con hombres en ropa interior… – le sugirió el impresor para intentar calmarlo…
No había manera, el señor domingo incluso se presento su propuesta a galerías de vanguardia, proponiéndoles calendarios de arte conceptual, en los cuales el lunes era una incógnita o un excremento de vaca o incluso la foto de Belén Esteban coloreada a lo Andy Warhol, pero lo único que obtenía, era una sonrisa condescendiente, y en algunos casos unas sonoras e hirientes carcajadas que le seguían hasta la calle mientras el cerraba la puerta maldiciendo la incomprensión del mundo .
Nadie  entendía al señor Domingo. Él lo que quería es que no hubiese lunes. Punto pelota.

El Señor Domingo optó por la clandestinidad. Si iba a un bar, quitaba los lunes, martes, miércoles (no festivos) y jueves de los calendarios. Cuando le invitaban a una fiesta, hacía lo mismo en casa de sus amigos. En el trabajo ideó un virus informático que eliminaba todos esos fatídicos días en los ordenadores de sus compañeros. El resultado: fue declarado persona non grata en todos los bares, dejó de tener amigos y le echaron del trabajo por comportamiento lunático.
Solo en su casa, dedicó todo su tiempo a odiar el lunes. El Señor Domingo tenía un precioso carillón  Luis  XIV que presidía el salón de su casa. El  martes a primera hora, ya empezaba su tarea de odiar los lunes,  pensaba; Ya verás como dentro de seis días viene el lunes y nos fastidia la semana. Claro que, al martes le seguía el miércoles y detrás del miércoles estaba ese jueves conspirador que sólo tenía razón de ser para dejar paso al fatídico viernes que irremediablemente le dejaría paso al sábado para que llegara el día más traidor de todos, el domingo.
El domingo, el Señor Domingo se pasaba todo el día deseando que el domingo no dejara de ser domingo. De hecho el Señor Domingo se pasaba todo el domingo mirando las manecillas de su querido reloj de carillón, que movía su péndulo de bronce con constante y cruel precisión. Absorto, el Señor Domingo no atendía visitas, no cogía el teléfono, ya podía estar el edificio envuelto en llamas  que el   Señor Domingo estaba demasiado ocupado concentrando toda su energía mental, para que las manecillas del reloj no continuaran su inexorable avance, que provocaba que cada segundo que pasaba fuera un poco menos domingo, para pasar a ser un poco más lunes.

Un día el Señor Domingo creyó que sus esfuerzos habían dado fruto y el tiempo por fin, le había hecho caso. La manecilla se detuvo justo a las once y cincuenta y nueve segundos. Pero su reloj de pulsera desmintió a su viejo carillón. Al reloj se le había parado el corazón y encima tuvo que llevarlo al relojero que le cobraba un dineral por arreglárselo. El relojero, cansado de las continuas protestas del señor Domingo por el coste de la reparación, le ofreció la posibilidad de comprar un reloj digital.
-¿Un reloj digital?- pensó el señor Domingo.
¿Cómo se podía ser tan inhumano? ¿Qué demonios iba a hacer mirando todo el domingo a un reloj digital? ¿Y el movimiento del péndulo? ¿ Y la ansiedad de ver cómo las manecillas luchan por conquistar otro segundo?, ¿dónde quedaría? ese solemne sonido de las campanadas de medianoche anunciando otro odiado, odiado, y más odiado, odioso lunes.
¡Nunca!, jamás entraría en su casa un monstruo digital de esos que condenan al tiempo a no moverse al compás de las horas!. Así que, con la mitad del sueldo del mes, pero con la cabeza bien alta, se fue de la tienda seguro de que volvería a odiar a los lunes como dios manda. Pero  como entregó justamente el lunes el carillón al relojero, tendría que esperar toda una semana hasta que le devolvieran su precioso carillón, en perfecto estado anímico, para pasar la semana angustiado en su casa, sentado tranquilamente viendo las manecillas moverse.

Al llegar a  casa, sintió como que le faltaba algo, un compás que no  llegaba, así que se dedicó a regar las plantas. Como el reloj no marcaba las horas, decidió bajar a la calle y darse una vuelta por el parque. Al subir a  su casa no había ninguna campanada que le recordara que el tiempo avanzaba sin remisión a su cita con el lunes, así que se hizo la cena y se puso una película, “La máquina del tiempo”. Ése sí que era un tipo listo pensó, mientras hacia la cena, y como tampoco estaba el carillón para vigilar su sueño, se durmió plácidamente, habiendo desconectado el despertador previamente, claro.  Durmió como un lirón.

Los días fueron pasando y el Señor Domingo los vivía plenamente, sin la angustia permanente de que se fueran por el desagüe en busca de su odiado lunes. Se levantaba temprano y se daba una vuelta por el parque, donde conoció a una jardinera que le explicaba todo lo que había que saber sobre las estaciones y las flores que no estaban sujetas al calendario sino  al capricho del tiempo, pero un tiempo que no esta encerrado en calendarios de chicas en ropa interior, ni en la barriga de un carillón, ni en un maldito reloj digital aséptico y sin pasión.

Su amiga le animó a hacer un curso de jardinería y el Señor Domingo se pasaba las semanas entre bayas, arenas y abonos, y las horas se pasaban volando aunque todos los segundos estaban llenos de horas, porque él ya no se preocupaba por el tiempo sino que ocupaba su tiempo.

Un día le llamó el relojero al Señor Domingo. El calendario se le vino en cima, le empezaron a temblar las rodillas, un nudo se le subió a la garganta, ni siquiera era capaz de escuchar las disculpas del relojero…
-Oiga, ¿me escucha?- dijo el relojero.
-Si, si…- contestó el Señor Domingo- ¿Qué pasa?
-Pues nada – le respondió el relojero- le decía que me ha sido imposible arreglar su carillón, mire que lo he intentado, pero es que es un objeto único, un Luis XIV, hágase cargo, las piezas no se encuentran, habría que fabricarlas todas de nuevo, y en mi taller no tengo el material necesario, lo siento mucho, yo si quiere se lo puedo mandar a un amigo que tengo en Francia, a lo mejor él…
-¿Qué día es hoy?- le interrumpió el señor Domingo.
-Pues lunes – le contestó el relojero.
-¿Seguro? -le inquirió el Señor Domingo.
-Y tan seguro, lunes veinte, hoy es mí cumpleaños…
-¿Así que no puede arreglar el carillón?
-Pues no- le respondió desolado el relojero- Es una pena por que es un carillón precioso pero…
-¡Me ha hecho usted el hombre más feliz del mundo! ¡Quédese el carillón se lo regalo por su cumpleaños!
-Pero oiga… ¿Está seguro? Mire que es una pieza única, de museo, le respondió extrañado el relojero. Le estoy diciendo que seguramente no tiene precio…
-Mi tiempo tampoco, muy buenos días.
Y el señor domingo colgó el teléfono. El relojero se quedó estupefacto y pensó: “Hay que ver, nunca se sabe, lo que te puede llegar a pasar un lunes…»

6 Comments » for Los Lunes del señor Domingo.
  1. sikis izle dice:

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  2. sikis izle dice:

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