La ley de los labios

La ley de los labios es clara, ten cuidado a quien besas por que puede hacerte su esclavo, escucho de pequeña Mary Jane
Mary era una chica encantadora, empezaba a jugar con sus nuevos vestidos, y disfrutaba con el viento cada vez correteaba entre los pliegues de su minifalda.
Ella, sonreía a lo muchachos, y estos comenzaban a pelearse entre si, sin saber muy bien por que se saltaban los dientes. Y  Mary reía  sin malicia, mientras le salpicaba en su bello rostro la sangre adolescente.
Llegaron las primeras caricias en primavera y con ellas los primeros jadeos, tiernos y suaves. El verano, apretó con fuerza, el pasto estaba amarrillo, cundo Mary desnudo su primer pene, lo acaricio y lo hundió en sus entrañas, le hizo sudar, y se sacio con el hasta dejarlo seco. Agradecida lo abandono con la promesa de que no habría otro como él y se fue a probar otros pastos.
Pasaron las estaciones, y Mary fue creciendo en madurez y formas hasta convertirse en la más autentica, hermosa  y peligrosa hija de puta del lugar.
Pero lo cierto es que a todos los dinosaurios se les acaba su gin-tonic y lo que menos podía sospechar Mary, es que esa tarde a su puerta, fuera a llamar Joe, un autentico exconvicto del deseo, que apestaba a sexo y sudor por cada uno de sus poros.

Joe, era un tipo bajito, bastante feo, con la cara salpicada por la viruela, y un susurro por voz, que se deslizaba suavemente por sus labios. Pero Joe  era ante todo un ex de todo, y es que Joe, había probado todo, había estado enganchado a todo, y lo había dejado todo, para volver a engancharse de nuevo a todo. Tenía lo que se llama, una personalidad adictiva. Puede que fuera la  combinación de tantos años de heroína y alcohol, o quizás los  canabinoides aderezados con LSD,  o por algo que nadie sabia explicar, pero  su piel destilaba  unas feromonas que producían al mismo tiempo un placer y  dolor simplemente irresistibles.

Andaba Joe  repartiendo biblias pentecostales a domicilio, para pagarse su ultimo tratamiento y pensando a que nueva droga podría engancharse, cuando Mary Jane le abrió la puerta de su granja, en Arkansas

Jesus  te ama, y aquí por solo doce dorales con noventa centavos encontraras todas las respuestas, y si no las encuentras te devolvemos el dinero…Dijo Joe con su habitual tono de voz, para vender mierdas a domicilio. En ese momento Mary sintió como si el pene más grande de su vida penetrara todo su ser, inundando cada centímetro de su cuerpo de heroína radiactiva, casi no podía respirar, solo había sentido esa sensación una vez en la vida, hace muchos años, con Jonhy el gordo, el ángel del infierno con más pluma de toda california y la polla más grande que se había metido entre las piernas. Pero esto era mucho más brutal, la presencia de Joe era tan toxica como irresistible, con un gemido, le metió adentro de su casa, y hicieron el amor en cada una de las esquinas hasta que se desmayaron en la cama.

Por la mañana Mary, aparte de haber comprado todos los tomos de “Jesús, tú amigo y algo más”… Ya era una esclava de los besos de Joe. Y comenzó  vivir para él, paso a ser una sombra de si misma, le odiaba, y le deseaba, quería matarle pero no podía vivir sin el, su rostro se consumió, empezó a prostituirse para pagarle sus tratamientos y sus nuevas adiciones. La hermosa, peligrosa y muy hija de puta Mary Jane, era solo un recuerdo.

Una noche cuando volvía de hacer una felación a un ex intelectual en paro por cinco dólares, escucho a una jovencita que lloraba desconsoladamente y gemía -mi novio me amarga la vida cuando salgo…Y su amiga le contestaba- Ya tía, es que son muy pesados…Sin pensarlo se fue donde estaban las dos adolescentes, y con poco que le quedaba de fuerzas, les dio un bofetón a cada una.
¡A tú edad yo les hacia llorar a ellos de deseo, vuela antes de que alguien venga y te mate de verdad!…Y a continuación se abrazo a la niñas. Las dos jovencitas, salieron corriendo, mientras Mary sollozaba tirada en la calle rasgándose las muñecas contra la cera de un bordillo.

Jonhy el gordo no había conseguido ligar en toda la noche – Joder, ¿donde coño estarán los pasivos?, pensaba mientras salía del bar “El Oso feliz”. Jonhy tenia problemas para entablar relaciones con su mismo sexo, debido al tamaño descomunal de su pene,  de más de treinta y cinco centímetros en canal, producto de una rara enfermedad tropical, lo que  trajo como consecuencia que solo pudiera encontrar parejas sexuales que estuvieran muy comprometidas con el dolor.
Y mientras soñaba con tener un pene más pequeño, acorde con todo tipo de culos. Se tropezó con el cuerpo agonizante de Mary Jane.

Si es que no se puede andar por la calle sin pisar a un yonky- se dijo  Jonhy invadido por una sensación que no podía entender, entre asco y  frustración, y le metió una patada a Mary, la cual deslizo un leve gemido. Jonhy reacciono a ese sonido, no podía creerlo, miro otra vez a ese saco de carne y huesos, y descubrió el rostro de la única mujer de la cual se había enamorado, cuando era un joven y guapo ángel del infierno en california y partía cabezas por encargo. Delante de él yacía moribunda, la única persona que había sido capaz de introducirse su enorme aparato reproductor sin soltar una lagrima y disfrutar con el, la hermosa, peligrosa y muy hija de puta…  Mary Jane.
Como la piedad de Miguel Ángel la tomo en sus brazos, la llevo a su casa, la cuido, y la mimo, hasta que la vida volvió a brotar en el rostro de Mary.
Jonhy volvió a enamorarse perdidamente de Mary Jane, la cual por agradecimiento, pero también por que había recobrado la alegría de vivir y en consecuencia  el mucho vicio que tenia, le hacia generosas felaciones por las cuales casi no le cobraba nada.
Y aunque Johnny era un férreo defensor de la homosexualidad, y había participado en fiestas del orgullo gay por el mundo entero, sobre todo en Madrid una de las ciudades con más maricones de playa por habitante sin haberla, decidió pedirle matrimonio a Mary Jane, sucumbiendo al amor, y por que no decirlo a su complementaria vagina kilométrica.  Mary Jane accedió, no tanto por romanticismo  como por supervivencia, pues solo el gigantesco pene de Jonhy conseguía que pudiera  olvidarse de los tóxicos labios de Joe.
Joe, después de inyectarse todos los gelocatiles con ibuprofeno que quedaban por la casa, y en vista de que Mary Jane no aparecía y nadie le daba de comer, decidió volver a una clínica en Michigan para quitarse de su nueva adicción a los antiinflamatorios y probar una de somníferos que le había recomendado un probador de colchones de Ikea.
Se dice que encontró su final en Ohio, donde un cliente insatisfecho, un cristiano pentecostal reconvertido a amish, le metió cuatro tiros por venderle una Biblia pasada de fecha y no devolverle su dinero.
En ningún momento echo de menos a la hermosa, peligrosa y muy hija de puta, Mary Jane, a la que había tatuado el alma, con la ley de los labios.

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